Media hora compartida con un pastor tibetano

Un buen «chai» sorbido sin prisas por la persona que tienes al lado, nacida en el Tíbet y que no sabe volver a su casa, a la muerte de su «amo», da para mucho.

Sí, así es. Esto me sucedió mientras me alojaba en casa de Rinku, en un lugar de Dharamsala al que no sabría volver sola. Rinku fue nuestro «driver” en mi primer viaje, pero acabó trasformándose en nuestro amigo. Más que eso; tengo la sensación de que se ha expandido mi familia por haber entrado en ella tanto él, como su madre y su mujer.

El pastor había trabajado toda su vida para el abuelo del «driver y al fallecimiento de su «amo» fue acogido por Rinku y sus tíos; su sustento se lo proporcionaban los descendientes del hombre que lo sacó del Tíbet. Su vida debió transcurrir sin grandes sobresaltos y creo que fue, y sigue siendo, un día a día sin el que sus desplazamientos  sobrepasen los diez o quince kilómetros. Iba descalzo y dudo mucho que se hubiera calzado alguna vez en su vida.

¿Necesitaría unos Nike? Yo, más bien creo, que esa marca comercial debería hacer un estudio antropométrico de sus pies y en función del mismo, lanzar al mercado un modelo «Pastor tibetano».

La India da para esto y mucho más. He ido tres veces en año y medio, y las que me quedan.

Ángeles Mata
Viajera INSOLIT

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